martes, 26 de enero de 2010

HISTORIA DE LOS AMORES SIN NOMBRE....

¿Cómo te llamas? Rebeca, Brenda, Sofía, Ximena, Yuliana, Claudia, Patty; a veces nos dicen morena, la gata, la biby gaytan, la Shakira, J Lo; no tenemos un solo nombre, ni una sola compañía. Deambulamos en el mundo con varios nombres y con varias parejas. Algún día tendremos nuestros propios nombres y nuestros propios hombres. Ahora sólo tenemos nuestros hijos, hijas y familia cercana que mantener; a veces, sabemos quienes son los “papás” de los niños, pero eso no importa, igual esos cerotes sólo guaro y coca son. Ese es el lado oculto que hay cuando no se usa nombre.

Pero lo que sí, ¡hacemos bien nuestro oficio¡ Sabes, hay ocasiones en que se enamoran de nosotras; no sabemos porqué, no tenemos nombre y apellido, no tenemos una casa para que nos visiten, no tenemos salidas a cenar, ni reuniones sociales, sólo ¡sexuales¡ Esas abundan. Para eso nos llaman de todos lados: los ricos, los moralistas, los que no tienen buena relación con sus parejas, los fantasiosos, los pervertidos, los narcos, los políticos, los del poder oculto y los del poder visible, los chafas, los tiras, los de “buena reputación”; sabes, todos ellos vienen aquí con nosotras, las sin nombre, porque sabemos llenar momentáneamente ese vacío y éxtasis que traen por dentro. Esos impulsos instintivos y tontos que comúnmente tienen los hombres, quienes desbordan con nosotras toda su masculinidad y misoginia.

Hay quienes nos compran cosas, para nosotras y nuestros hijos. En realidad nadie está conforme. Probablemente tienen una señora distinguida en casa a quien tienen meses y años sin decirle “te quiero” y a nosotras nos adoran, nos compran perfume y lencería, adoran que nos la pongamos para ellos, hacemos juegos sexuales, les encantan. Yo tuve uno que me mandaba flores y chocolates. Le pregunté porqué no mejor se los enviaba a su mujer y me contestó: “Para que putas le voy a enviar cosas a esa enferma neurótica”. Pero sí es tú mujer, le repliqué. ¡No¡ me contestó abruptamente, esa es “la mamá de mis hijos”. Es decir, era cualquier cosa, objeto, lo único que simbolizaba era que ella había parido a sus adorables hijos, que estudiaban en uno de esos colegios de la clase mediera guatemalteca, donde daban las clases en inglés o saber que chingado idioma europeo, pero que había que tenerlos allí, pues eso daba “prestigio” y “buena imagen”.

La mujer era una de bien y aquél me ponía a mí en la altura. La pobre terminó siendo fundamentalista Pentecostal, se refugiaba en las iglesias y hacía caso omiso de las sinvergüenzazas de su amado.

En total esas somos las sin nombre y apellido. Los idiotas quieren ser hasta nuestros parientes. A mi me dicen “mama” y a estas pisadas que tengo conmigo las quieren como que fueran sus primas, ni modo si éstas cogen rico. Hasta pollo campero les mandan a comprar y a las de la casa cuando quieren un su doble litro de coca-cola a la mierda las mandan.

Ni modo, éstas pagan con la hermosura natural que hay entre pierna y pierna; las de los olores eróticos que enferman a esa partida de caballeros dignos de la misoginia mundial.