sábado, 14 de agosto de 2010

AMOR INSACIABLE

Se conocen seres que aman insaciablemente, nunca terminan su deseo ni su excitación. Parecen de esos dioses de la antigüedad entregados en total paranoia a los placeres. Obsesivas mentes extasiadas, incontroladas.

Todavía esos seres deambulan en pleno siglo XXI. Cuando estuve en un lugar llamado San Gabriel en Madrid, me encontré a una señora hermosa que rebasaba las famosas y alegóricas cuatro décadas. Con ojos muy bellos y un busto despampanante, quien había contraído matrimonio tres veces. En ese lugar encontró a su cuarto amor. Él era chema, un señor de unos diez años menos que ella, ansioso por dedicarse a la electrónica – yo espero que su trastorno de personalidad no le juegue una mala pasada para sortear la electricidad- . La guapa señora estaba como una chiquilla de quince años entre los juegos del amor. Que rejuvenecedor ha de ser ese momento de letargo.

Una de las tardes en que solíamos juntarnos yo le vi a ella esa luz en su mirada y le dije: ¿Qué problemas ha tenido usted en la vida?. Me contestó: Mis problemas han sido porque no he sabido amar. Viéndola fijamente le dije, ese no ha sido su problema sino que a usted ama incansablemente y no ha existido la persona que pueda darle toda la pasión que su cuerpo exige. Ella sorprendida asintió rápidamente y me dio la razón. Los que permanecían alrededor de la mesa se quedaron atónitos, luego de la sorpresa que ella se había llevado y de la sonrisa que me había dado. En ese momento hubiera querido ser ese nuevo amor que ella había encontrado, para ver si ella podía calmar el ansia de amor que por meses ya a mí también me había agobiado.

Estando en el mar caribe, en la isla bonita y libre, Cuba, me encontré con una chica primorosa, que me llevaba unos diez años. Yo me pregunto ¿eso puede menguar el amor? ¿puede ser un óbice?. Como se sabe cuando el amor se suscita no importa la edad, sólo existe un cúmulo de experiencias y pericias de uno u otro lado. Esa linda morena de amplias caderas se llamaba Ernestina, le habían puesto así en honor al guerrillero heroico. Allí también me di cuenta de lo insaciable, incansable que puede ser el amor sobre todo cuando éste se da a cuarenta grados centígrados, entre una isla que invita a descubrir los ideales más espléndidos que pueden cohabitar en el ser humano: amor, solidaridad, sencillez, valentía, heroísmo.

En Madrid la ansiedad no pudo ser plenamente correspondida. El enfermizo delirio del amor se convirtió en paranoia, obsesión. Fuera de sí quise comprender al humano, su paradójica y cíclica existencia. Entre el vacío, el alma se lleno de estupor. El amor se fue desvaneciendo incluso para la propia vida. La muerte jugo con el amor inconcluso, la negación histórica, las regresiones ofuscaron su mente, pero el amor se sobrepuso a la demencia. Ahora el amor hacia la humanidad va a ser inquebrantable, esa es la nueva esperanza.

El amor llegó en sus últimas noches en Madrid, entre esas calles estrechas y pasadizos nocturnos. Entre fuentes, plazas y museos espectaculares. Allí encontró una iluminada coincidentemente llamada María. Con una sonrisa angelical lo sorprendió e hizo brotar nuevamente la imaginación, la química y la espontaneidad del amor. Ahora sólo piensa en el momento del reencuentro, en que si la vida es afable con ambos, logren sentirse nuevamente sus compatibles labios y ojos.

Ese sentimiento interno que lo hace agitarse y respirar profundo por alguien lo llevará por otros atrevidos derroteros, para que siga siendo el navegante del amor, personaje que adora poseer.